Mi camino personal: De la hiperproductividad a la cama de un hospital
Descripción de la publicación.
REFLEXIONES
12/31/20243 min read


Vivimos en una sociedad donde la productividad es sinónimo de éxito. La constante búsqueda de resultados y logros se ha convertido en un requisito para posicionarnos y avanzar en la escala social. Desde el ámbito laboral hasta el personal, el mensaje es claro: produce más, haz más, que el crecimiento esta en lo patrimonial. Pero, ¿alguna vez nos detenemos a pensar qué estamos sacrificando en el camino?
Durante mucho tiempo pensé que ser productivo era aprovechar cada minuto al máximo. Pero, ¿a qué costo? Logré muchas cosas, pero terminé dejando de lado lo más importante: mi bienestar. La presión por rendir me llevó a sentirme agotado y, aun cuando descansaba, sentía culpa por no estar “haciendo algo útil”. Vivía con una lista interminable de tareas y, en esa carrera, perdí de vista lo más valioso: disfrutar el presente, cultivar mis vínculos y conocerme mejor. Fue necesario llegar al límite, enfrentarme cara a cara con la muerte, para entender que la productividad no lo es todo.
En 2019 estaba en la cima de mi carrera profesional: dos cargos como funcionario público, mi propio estudio contable, consultor, disertante de cursos, talleres y actividades en la Universidad y Consejo Profesional, dos posgrados en curso y un sinfín de actividades. Creía que debía seguir así, que ya habría tiempo para descansar. Y entonces sucedió lo impensable, el mundo se detuvo con la pandemia y fue el preludio de un cambio inevitable. Pasé de la hiperproductividad a la frustración del encierro. Sentí que todo lo que construí se caía a pedazos y no había nada que pudiera hacer. Me encontré con una sensación de vacío, como si todo el esfuerzo realizado no sirviera para nada sin la posibilidad de avanzar. Fue una lección dura, pero necesaria.
Lo más duro llegó en 2021. El 13 de febrero, un análisis positivo de COVID me llevó sin escalas a terapia intensiva. Fueron más de dos meses luchando por sobrevivir. Recuerdo estar en la cama y pensar: "¿De qué me arrepiento?". La respuesta fue clara: de no haber valorado más a mi familia, mi pareja, mis amigos, el descanso y el tiempo para disfrutar de las cosas simples. Me di cuenta de que esos “momentos perdidos” eran en realidad los más valiosos. Las pequeñas conversaciones, los abrazos, las risas sin motivo aparente... todo lo que antes consideraba secundario, ahora se volvía esencial.
Salí del hospital en Abril con una nueva oportunidad. Tuve que reaprender cosas básicas como caminar, respirar y hablar, pero sobre todo, tuve que redescubrirme y encontrar un nuevo propósito para realizar. Fue un proceso largo y muchas veces frustrante, pero cada paso pequeño me recordó que estaba avanzando. Ya no quiero vivir solo para producir; quiero vivir para disfrutar, aprender, crecer y fortalecer mis vínculos. Desde entonces, busco tiempo para lo que me llena, para las personas que quiero y para lo que realmente importa, es parte de la vida convivir con el dolor, la frustracion, la tristeza y la indiferencia. emociones que no busco evitar pero si quiero transitarlas desde otro lugar.
He aprendido a decir “no” a compromisos que no resuenan conmigo. Entendí que el descanso no es perder el tiempo, sino una inversión en mi bienestar y crecimiento personal. Empecé a priorizar mis emociones, mis relaciones y mis sueños. La productividad sigue siendo importante, pero ahora está equilibrada con pausas necesarias que me permiten mantenerme conectado con lo que soy, no solo con lo que hago. Más allá de los resultados tangibles, creo que encontrar sentido y propósito en lo que hacemos no debería estar relacionado con lo material o patrimonial.
Esta experiencia me enseñó que, sin bienestar, no hay éxito que valga la pena. Y hoy quiero invitarte a reflexionar: ¿Realmente estamos viviendo o simplemente tachando tareas de una lista? A veces, detenerse es la decisión más sabia que podemos tomar. La vida es corta y merece ser vivida con amor, equilibrio y sentido. Si alguna vez te sientes atrapado en esa carrera interminable, recuerda que está bien parar, respirar y disfrutar de las cosas simples. Al final del día, son esos momentos los que realmente nos acompañan y nos dan la verdadera riqueza de la vida.
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